En esta entrevista a la Infanta Doña Mariela Castro y Grande de Cuba le faltan algunas preguntas que la periodista, por lo visto, no estaría jamás dispuesta a plantearle. Una de ellas sería preguntarle si no siente vergüenza de pasearse con esta tranquilidad y esa jeta por el mundo siendo hija y sobrina de quien es, es decir, de dos indeseables como son los dictadores Castro Ruz. También se le debería preguntar cómo es que ha logrado ser tan rematadamente cínica para llegar a afirmar barbaridades del estilo "todos los cubanos que se han identificado con el proceso revolucionario han sido las víctimas".
Asimismo, cabría preguntarle también cómo es posible que duerma tranquila sabiendo que no sólo es heredera del trono de Cuba (o de Chacumbelandia, como escribe acertadamente Zoé Valdés en su reciente post Cacafuaca) sino también heredera de un historial de terror, de un país arruinado y de vidas y familias fuliminadas bajo el totalitarismo de izquierdas impuesto en esa Isla por la secta Castro, la misma que ha logrado llevar a los cubanos al "proceso de autodestrucción" en el que siguen inmersos. Es heredera del régimen que logró que los cubanos sintieran odio hacia ellos mismos y entre ellos mismos. Este debe ser uno de los logros imperecederos de la dictadura: los ciudadanos creen que sobran ellos en lugar de pensar que quien sobra en realidad es la banda organizada que habla en su nombre.
Una banda organizada a la que, por otro lado, pertenece -no lo olvidemos- la entrevistada, la Infanta Castro. En definitiva, que urge que alguien desautorice a esta gente y los saquen del medio lo antes posible. El cómo se debe sacar a esa secta de allí -¡una secta que dispone de todo un Estado y un pueblo entero!- ni idea. Pero que deben ir a fuera, eso es ya una certeza "galilaica", como que la Tierra es redonda. Así como del cerdo se aprovecha todo, de un castrista nada: todo va al basurero. Ese es el requisito para que Cuba vuelva a existir.